Hace poco leí a una escritora explicar que la forma que tienen las instituciones para anular la queja de un colectivo es plasmar en un documento la lista de los temas que dan lugar a esa queja. También explicaba que otra forma de anulación de la queja puede ser precisamente la contraria: eliminar, de esa lista de temas, aquellos que se quiere hacer ver que no existen.  Con ambas estrategias se perseguiría lo mismo: que el colectivo en cuestión, al ver reconocida de alguna manera su denuncia por escrito, diga: “Nos han escuchado. Lo hemos conseguido. A partir de ahora, algo cambiará”.

Salvando las distancias entre el tema al que se refería la escritora y el debate sobre el etiquetado de la miel, la sensación que tenemos en COAG tras haber leído las propuestas de la Comisión, el Consejo y el Parlamento Europeo en torno a la modificación de la Directiva que regula su comercialización, es que las instituciones europeas han plasmado en documentos posiciones que, si bien responden parcialmente a reivindicaciones históricas del sector apícola en relación al etiquetado de origen de la miel –y, en este sentido, es un logro–, no pretenden atajar realmente el problema estructural que está generando la crisis que enfrenta el sector, ya que se han dejado fuera cuestiones de gran calado.

Todo el mundo sabe, a estas alturas, que los países europeos (o, mejor dicho, sus grandes industrias importadoras y empresas de distribución alimentaria), llevan décadas importando un producto que, en su mayoría, no es miel. Este producto, que las empresas compran a un precio tan bajo que lo convierte en incompatible con la posibilidad de que se trate de miel, se mezcla, envasa y vende en gran volumen en los lineales de nuestros supermercados, hipermercados y grandes superficies identificado como miel y, en su inmensa mayoría, bajo marca blanca.

Esto, que hasta hace poco se decía con la boca pequeña en el sector por prudencia ante posibles represalias por parte de la industria de la miel (varias veces nos han advertido de la conveniencia de ser comedidos en nuestras declaraciones) se reconoció recientemente en un informe de la Comisión Europea titulado “De las colmenas”.

El problema con las importaciones de falsa miel es tan enorme que el 51% de las muestras analizadas para dicho estudio en España (y el 46% en el caso de toda Europa), así como el 85% de los importadores controlados en nuestro país (y el 66% en el caso del conjunto de la Unión), resultaron sospechosos de fraude. Las prácticas irregulares más detectadas durante las investigaciones fueron el uso de jarabes de azúcar para adulterar la miel y abaratar su precio, la adaptación de mezclas de miel y azúcar para eludir su detección antes de las operaciones de importación, el uso de aditivos y colorantes para adulterar el verdadero origen botánico de la miel, así como el enmascaramiento de su origen geográfico mediante la falsificación de la trazabilidad y la eliminación de polen.

El uso de jarabes, el enmascaramiento del origen de la miel, la falsificación de la trazabilidad o la eliminación de polen, son prácticas ya prohibidas, explícita o implícitamente, por la normativa europea desde hace años. Y, aun así, son realizadas masivamente por los operadores europeos, tal y como reconoce el informe.

¿Por qué?

La Unión Europea es, desde hace años, una de las entidades geopolíticas que más participa del mercado global a través de sus exportaciones e importaciones. Esto obliga a sus instituciones a formar parte activa del entramado de relaciones, procesos y estructuras a nivel mundial que incurren constantemente en la contradicción de tener que favorecer intercambios comerciales, pero, al mismo tiempo, proteger a productores y productoras del impacto de sus políticas comerciales. La contradicción es a menudo tan insalvable que suele dar lugar a legislaciones incoherentes, incluso antagónicas, que posibilitan contar con normas que prohíben determinadas prácticas, pero, por otro lado, son realizadas masivamente por las empresas que forman parte del mercado.

En el caso de la miel, un ejemplo ilustrativo de esta contradicción puede ser el de la miel filtrada. La (micro)filtración es un método que enmascara el origen botánico de las mieles al eliminar los granos de polen. La (ultra)filtración es un método que, además de eliminar granos de polen, elimina también partículas que podrían servir para detectar otro tipo de adulteraciones. Ambos métodos, (micro) y (ultra)filtración, son incompatibles con la definición de “miel” ya recogida en la Directiva de la Miel. Pero ambos métodos llevan años autorizados a través de la ambigua definición de miel filtrada que establece esa misma Directiva.

Ahora el Parlamento Europeo recoge, en el documento que defenderá en los trílogos sobre la futura modificación de la Directiva, que se elimine la definición de miel filtrada del futuro texto legislativo. Elimina la definición: no prohíbe la filtración; no categoriza la miel filtrada como miel industrial. Elimina la definición en ese ejercicio del que hablábamos al inicio del artículo mediante el cual se pretende que no exista un problema por el mero hecho de eliminarlo.

En paralelo, otra normativa –que no se pretende modificar y es tan relevante a nivel de mercado que establece el modelo de certificado que las empresas utilizan para importar miel en la Unión Europea– incluye una casilla con la palabra “ultrafiltración” para que los importadores marquen si el producto que están comprando ha sufrido o no el tratamiento de ultrafiltración.

¿Se puede o no, entonces, llevar a cabo el tratamiento industrial de ultrafiltración en miel?

¿Se puede o no, entonces, comercializar producto ultrafiltrado en el mercado europeo?

¿Se debe o no controlar, entonces, la entrada de ese producto en Europa?

Este es sólo un ejemplo, pero hay miles de ejemplos en la normativa europea que establecen una cosa y su contraria (trazabilidad, calentamiento de producto, controles, determinación de origen, mezclas). De nuevo, no hay más que insistir en que las prácticas irregulares más detectadas en relación a la miel son aquellas ya prohibidas, desde hace años, por la propia normativa. Que Comisión, Consejo y Parlamento detallen, de nuevo, el enorme listado de temas que contribuyen a que los apicultores y apicultoras europeas no puedan vivir dignamente de su actividad, y lo incluyan o eliminen de la futura Directiva, no va a impedir que determinadas empresas sigan lucrándose con las importaciones. No va a debilitar la estructura que les permite seguir presionando a apicultores y apicultoras hasta el abandono de su actividad (tanto aquí como en otros países del mundo).

En el sector apícola de COAG lo sabemos y, por eso, al tiempo que celebramos que por fin se vaya a obligar a reflejar en las etiquetas de toda Europa el listado de países de los que proviene la miel comercializada (algo muy básico, por otra parte), somos conscientes de que no podemos esperar que este cambio legislativo vaya a solucionar un problema cuya raíz estructural no se está pudiendo o queriendo abordar.

En COAG confiamos en que las instituciones pueden cambiar las cosas y por eso hemos hecho propuestas realistas de modificación tanto de la Directiva como del Código Aduanero de la Unión, seguimos exigiendo controles en frontera que se centren en analizar producto (y no sólo en revisar papeles), esperamos una rápida verificación de los métodos de análisis de detección de fraude mientras llamamos a rechazar los tratados de libre comercio. Pero también recurrimos a otras formas de intervención que nos permiten mantener cierta capacidad de acción y autonomía: defendiendo nuestro producto en contraposición a todo aquello que también se encuentre en el mercado sin ser miel, desenmarañando la estructura que posibilita el fraude, señalando a quienes se benefician de esa estructura. Y lo hacemos, siempre, en alianza con consumidores y consumidoras, colectivamente, intentando proteger a las personas que viven honestamente de la actividad apícola.

Por eso, te invitamos a comprar auténtica miel de calidad directamente a apicultores y apicultoras, huir de las mezclas y buscar miel origen España. Aquí puedes hacerlo: www.coag.org/apicultura

 

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