La ley de desperdicio alimentario estará aprobada antes del verano, según prevé el director general de la Industria Alimentaria del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, José Miguel Herrero.

Esto se produce tras la determinación de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) por la que dijo que un tercio de la producción alimentaria se pierde en la producción o se desperdicia en el comercio o los hogares.

Esta ley, que está en trámite parlamentario, convertirá a España en el tercer país europeo que tenga una normativa de este estilo.

En los últimos años, en el desperdicio alimentario ha influido de manera positiva la inflación, que ha hecho que los consumidores se vuelvan «más conscientes» del valor de los alimentos. También ha influido el confinamiento porque estábamos más tiempo en casa.

¿Cómo está actuando España frente al desperdicio alimentario?

Primero, cuantificó el problema a través de un panel. Después continuó con campañas de concienciación. Y ahora está terminando con el aspecto regulatorio, según ha señalado Herrero.

Se estima que en España se pierden 1.300 millones de litros y kilos de alimentos al año. Y a nivel global, los alimentos que se tiran generan un 10 % de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Esta nueva ley tendrá una serie de obligaciones, pero también «muchas recomendaciones» para trabajar en la prevención.

Cataluña, por ejemplo, sí tiene una ley ya aprobada en este sentido. Que establece planes de aprovechamiento y balance de pérdidas y desperdicios, según ha detallado el secretario de Alimentación del Departamento de Acción Climática, Carmel Mòdol.

La energía fotovoltaica y eólica son las «ganadoras» para ir reduciendo la dependencia de las fósiles

Por su parte, el ex ministro y presidente ejecutivo de Agro Capital, Luis Atienza ha señalado que tanto la energía fotovoltaica como la eólica son las «ganadoras» para afrontar el desafío de ir reduciendo la dependencia de las fósiles.

Pero también ha advertido que puede entrar en conflicto la energía eólica con la propia producción agroalimentaria ya que las plantas necesitan terreno y suelo.

«La tecnología puede aportar algo, pero no es el foco, la gran solución tiene que venir de un cambio social y cultural», ha destacado, por otra parte, el investigador del CSIC Antonio Muriel.

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